El Dataísmo, la religión de los datos
Si el cristianismo nació en Judea, el dataísmo o religión de los datos, no tengan duda, lo hizo en Silicon Valley. Según nuestra otra madre –Wikipedia– el dataísmo o datoísmo es un término que ha sido utilizado para describir la mentalidad, filosofía o religión creada por el significado emergente del big data, la inteligencia artificial y el internet de las cosas.
Según el catedrático y ensayista Yuval Noah Harari, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el dataísmo como religión «no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos».
De ahí que mi admirado César Alierta solo haga invitarnos a que nuestros hijos se enamoren de las matemáticas para tener un sólido futuro. Los algoritmos deberían acompañar sus vidas.
Un dato es una representación simbólica (numérica, alfabética, algorítmica, espacial, etc.) de un atributo o variable cuantitativa o cualitativa. Los datos describen hechos empíricos, sucesos y entidades. No lo digo yo. Lo dice nuestra otra madre. Y así debe ser.
Yuval Noah Harari publicó “Homo Deus. Breve historia del mañana”, donde reflexiona sobre el profundo impacto que la tecnología ha tenido en el cambio de la condición humana y apunta a las posibilidades que puede alcanzar en el futuro. No es breve (496 páginas en su versión impresa), pero sí bastante esclarecedor. Narra numerosos casos aportando solamente aquello que refuerza la conclusión a la que quiere llegar. Sus opiniones -seguidas por la élite- alcanzaron el éxito cuando el libro lo recomendaron Mark Zuckerberg o Barack Obama.
En definitiva, ya hemos comprobado que es la filosofía más influyente de nuestro tiempo. El dataísmo adora los datos. La libertad de información es el valor supremo, los algoritmos, sus sagradas escrituras, y la Inteligencia Artificial, su sumo sacerdote.
Y, como en toda religión, hay mártires. El primero del dataísmo fue Aaron Swartz. ¿Qué hizo el bueno de Swartz? Se suicidó en el 2013 tras ser detenido por haberse descargado cerca de 3 millones de documentos secretos de la Corte Federal de Estados Unidos.
Para los apóstoles del dataísmo, el cerebro humano y los ordenadores tienen una composición muy similar por regirse ambos por algoritmos. En el caso del cerebro, los algoritmos se basan en el carbono siendo el silicio en el que se basan los algoritmos de nuestras máquinas. Ahora vayan y pónganme en duda.
Cierto es que muchos científicos aseguran que muy pronto la Inteligencia Artificial será capaz de desarrollar unos algoritmos tan complejos como los del cerebro humano. Les recomiendo que buceen sobre un sistema ya bautizado como I2A (Imagination Augmented Agent).
Lo compruebo todos los días en Avante. Somos ya capaces de poder almacenar, clasificar y evaluar en tiempo real para nuestros clientes todos los datos que generamos a diario, elaborando sofisticados patrones de conducta y creando simulaciones inmediatas basadas en modelos predictivos.
Ya no sólo plataformas como Google, Facebook, Outlook o Amazon nos conocen a la perfección. Gracias a la investigación y análisis de los departamentos digitales de pocas agencias de medios conocemos los hábitos de navegación, preferencias, gustos y costumbres de nuestros futuros consumidores.
¿Alguien duda de que las grandes -y no tan grandes- plataformas saben qué páginas visitamos, que gustos gastronómicos tenemos, quiénes son nuestros amigos, que trayectos realizamos o qué partido político es por el que simpatizamos?
No se engañen. Los datos que fluyen en la red saben más de nosotros que muchos que se precian de ser nuestros amigos. Y yo le pregunto: ¿Se preocupa su empresa por obtener datos?